
Si se escuchara la banda sonora de la película Tiburón, la secuencia sería casi perfecta. Varias docenas de palomas beben y se refrescan en uno de los pilares del puente de Piedra de Zaragoza. Ignorantes del futuro que les espera, poco a poco, van ganando confianza y se adentran unos centímetros en el agua. De repente, unas enormes fauces salen a la superficie y tras un burbujeo, desaparece una de las palomas. Sobre el puente, decenas de curiosos observan la escena.
"Hay días que te puedes pasar toda la mañana mirando y puede que no veas cómo se comen ninguna paloma", señala uno de los asistentes al espectáculo, pero ayer, en un breve lapso de tiempo, dos ejemplares desaparecieron entre las fauces de los voraces siluros.
"En cuanto se reúnen unas cuantas palomas a beber y refrescarse, se colocan al acecho", puntualiza el observador, al tiempo que lamenta lo malo de la situación. "Cuando se lo cuentas a la gente nadie se lo cree", dice.
Eso es lo que le pasó a otro de los espectadores. "Yo no me lo creía, hasta que hace unos días ví cómo uno se comía una paloma", explica. Se acerca al puente de Piedra armado con su cámara de fotos y solo lamenta que es muy difícil pillar la escena en el momento justo, pese a que ya lleva varios días pasando por el puente para poder ver el espectáculo.
Las opiniones de los asistentes son diversas. Los hay que creen que los siluros han quedado atrapados desde la construcción del azud del Ebro y los que consideran que llevan casi toda la vida. En todo caso, como ahora el Ebro está muy tranquilo "se pueden ver muchos ejemplares", indican.
Al poco tiempo, una paloma baja de nuevo a la orilla. Le siguen varias de sus compañeras, hasta que una veintena chapotea tranquilamente en el agua. La cabeza oscura de un siluro las vigila amenazante. "Se les podría dar de comer y así logramos que la gente se entretenga, que eso es lo importante", comentó divertido uno de los curiosos antes de puntualizar indicando que en Caspe "algunos ejemplares pueden pasar de los cien kilos de peso". Los siluros aguantan al acecho durante mucho tiempo. El corro de mirones aumenta. "Tienen una boca como un tiburón", dice el fotógrafo. De pronto, un golpe procedente de las obras del Balcón de San Lázaro espanta a las palomas. "Estas han tenido suerte y se han salvado", comenta.
No hay que esperar mucho para que las palomas bajen de nuevo al agua. "Son como corderos, cuando va una, las demás siguen detrás como unas tontas", indica una mujer. Esta vez el enorme pez no falla y el ave desaparece en un parpadeo. No queda ni rastro. Unos metros más arriba, el siluro chapotea tragando el ejemplar. Unas pocas plumas, arrastradas por la corriente, pasan por debajo del puente.
Fuente: El Períodico de Aragón 10/09/2009